Ahí está, la miro, la observo, la describo,
ella me mira de reojo y mestra pasividad,
a la vez se sonroja y sabe que me fijo
en ese rostro que me lanza una mirada fugaz.
Me pregunto por qué pero no lo entiendo,
mi cabeza en otro sitio y no sé donde.
Mirando otro lugar y la sigo viendo,
no soy culpable de que ocupe mi horizonte.
Mientras busco otro lugar mis ojos van a ella,
los rayos de luz le llegan y destellos se estrellan.
Tiene un resplandor mientras yo vivo eclipsado,
es el contraste a la oscuridad de este mundo tan amargo.
Ella, dulce y esperada como un café por la noche,
yo amargado por mis rayadas pienso en presentarme,
llegaría con poema en mano para ponerle el broche,
debería estar nervioso de ilusión, pero ya me pilla tarde.
Es tarde, hace frío y estoy falto de calor,
decido acercarme a ella en busca de conversación,
levanta la mirada y por fin me mira,
noto como de cabeza a pies me examina.
Sus ojos se clavan en los mios, pulsaciones se disparan,
me pongo en pie y parece que gira el suelo
mientras tiemblan las piernas y la timidez me falla,
cuando de mi boca solo sale una pregunta pidiendo fuego.
La dulce chica contesta y hace un movimiento de cabeza.
No fui capaz de decir un "hola", y el fuego que pedí ahora me arrasa,
entonces siento que me puede la decepción y la tristeza
cabizbajo y hundido solo miro las valdosas de la vuelta a casa.
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