martes, 16 de abril de 2013

Un pájaro, un niño.


Un pájaro vuela, vuela alto a más no poder,
sin ningún miedo, libre.
Creyéndose el rey del mundo
mientras flota ahí arriba.
El pájaro tiene un hermoso plumaje,
un canto celestial, y también
un nido al que alimentar.

Un niño está enfadado, triste,
su madre está hospitalizada
por pasarse con el bourbon,
mientras que su padre desapareció
antes de que tuviese memoria.
El niño baja al parque corriendo
con los ojos lacrimosos,
juega a romper botellas de vidrio
tirando piedras,
hasta que destroza una botella de bourbon.

Los cristales de las botellas han caído
sobre el pan de algún bocata.
Dicho pájaro coge los trozos de pan
para que coman sus pequeños,
pero al intentar cogerlo 
coge por error un trozo de cristal 
que le va destrozando por dentro.
Le sale sangre del pico y no cesa,
sus plumas adoptan un color rojo
y se asienta en un  banco.
Dicho niño está sentado 
en el banco de enfrente,
sin ganas de nada, con la vista nublada,
buscando un sentido a algo,
pensando que la solución sería el suicidio.

Ambos se miran mutuamente,
cada uno desearía ser el otro;
el niño desearía poder vivir,
el pájaro desearía no morir.
Al cabo de un rato uno muere bajo la mirada del otro.